18 may 2010

Año 485. Los Bandidos del Bosque. Parte 2


“¡Acercaos! ¡Venid todos a escuchar mis palabras! Yo, Gaeldas el Bardo, os contaré las aventuras y desventuras de grandes héroes.

Traedme una buena bebida, y os narraré de aquellos tiempos en los que los jóvenes caballeros, Sir Gunner y Sir Loic, y sus nuevos camaradas, Sir Garrick y Sir Langly, se convirtieron en el terror de sus enemigos.

De cuando se adentraron en el peligroso bosque en busca de los escurridizos y malvados bandidos. ¡Venid y acercaos he dicho! Pues así continúa su historia…”





El sol dorado se escondía en el horizonte en el momento en el que los guerreros de Salisbury penetraban en el pobre señorío de Andrew De Falt. Los gritos de los campesinos y el entrechocar de las espadas quedaron cubiertos por el tronar de los caballos, que hollaban la tierra como corceles del infierno.

En vanguardia, Sir Loic, el Caballero de la Lanza, los cabellos ondeando al viento, su arma firmemente aferrada en la diestra y el costado izquierdo protegido por el escudo. A sus flancos, sus dos nuevos camaradas, dos jóvenes pero valerosos caballeros.

Sir Garrick, de Winterbourne Stoke y Sir Langly, de Durnford, azuzaban a sus monturas con un brillo de determinación en los ojos, ansiosos de probarse en combate y de demostrar que eran dignos de sus armas. Tras ellos, los veinte infantes de los que había podido prescindir el Conde Roderick cabalgaban inspirados por los caballeros que los comandaban.

Los bandidos que atacaban el señorío no fueron rivales para los recién llegados, que los abatieron como campesinos que siegan la cosecha. Pronto sus espadas quedaron tintas en sangre y los enemigos se batieron en retirada.

Sir Loic, preocupado por su camarada Gunner, entró en la casa del señor temiéndose lo peor. Pero nuevamente el Oso de Salisbury había hecho honor a su nombre. Había afirmado sus pies en la escalera, acabando con cuanto enemigo le salía al paso, convirtiendo el lugar en una matanza.

Ahora, casi desvanecido, aún sujetaba su hacha decorada, sonriendo al caballero con el rostro lleno de sangre, mientras se lo llevaban para tratar sus heridos.

- Dejadme alguno, Sir Loic, ¡no os quedéis con toda la gloria! - Sir Gunner, despidiéndose de su camarada.

Los caballeros se reunieron con el señor de las tierras, el afectado Sir Andrew, para decidir un plan de actuación. Aunque hubo algunas disensiones, se decidió que tanto Sir Loic como sir Langly, acompañados por Brunner, el mejor cazador de la región, y de Alein, uno de los hombres del conde, intentaría llegar al campamento de los bandidos en una misión de reconocimiento.

Con gran habilidad, y porque no decirlo, también algo de suerte, alcanzaron la pequeña depresión del terreno que ocultaba el campamento enemigo sin que ninguno de los vigías los descubrieran. Allí, pudieron ver una enorme hoguera, con algunos bandidos a su alrededor, y varias chozas construidas a su alrededor. Aunque nada estaba construido en buena calidad, se veía que llevaban un tiempo ya establecidos allí.

Haciendo gala de su proverbial percepción, Sir Langly pudo ver a dos hombres que salían de la cabaña de mayor tamaño. Uno de ellos, era un hombre alto y fornido, vestido con ropas vulgares, y con una gran espada colgada al cinto. A su lado, otro hombre, encapuchado, pero al que sus ropajes de calidad delataban como noble, conversó con el líder de los bandidos unos momentos, y luego montó a caballo, alejándose de allí con velocidad.

El Caballero de la Lanza volvió al señorío, a buscar a las tropas, mientras Sir Langly se quedaba allí, bien oculto, estudiando los vigías y los cambios de guardia. Cuando largo rato después, los soldados del Conde se acercaban al campamento, estuvieron a punto de ser descubiertos, pero Loic primero, y Langly después, acabaron con la vida del vigía antes de que este pudiera gritar.

Apremiando a sus tropas, para que los bandidos no se percataran de la ausencia del vigía, Sir Garrick preparó una improvisada estrategia de batalla. Estableció a los arqueros a ambos flancos, y les ordenó disparar flechas incendiarias, al tiempo que Sir Loic, junto con Brunner, rodeaba el campamento para evitar que huyera su líder.

Los bandidos salieron de las cabañas, y entre la confusión y el sueño, apenas pudieron preparar una defensa efectiva, que era justo lo que esperaba Sir Garrick. Con un grito, lanzó a la carga a los infantes, liderados por el mismo y por Sir Langly, que corrieron ladera abajo en busca de los enemigos.

El caballero de Dunford casi pierde el control, tropezando la bajada, pero con el escudo por delante consiguió embestir a un par de bandidos, a los que arrojó al suelo. Por su lado, Sir Garrick, haciendo gala de una impecable destreza, parecía danzar entre sus enemigos, lanzando tajos a diestro y siniestro con su espada.

La batalla se desató a su alrededor, los gritos de los agonizantes, los huesos quebrándose. Las caras enemigas se difuminaban, solo visualizando bultos a los que sajar y apuñalar. Los caballeros, aunque los infantes y los bandidos caían a su alrededor, se incrustaron como una cuña entre sus enemigos, y pronto alcanzaron el centro del campamento.

Sir Langly, rodeado de enemigos, luchaba con un león, esquivando, parando y tajando, mientras a su lado Sir Garrick clavaba su mirada en el líder de los bandidos, que bramaba órdenes con fuerza.

¡Sir Garrick, id a por el líder, yo os cubriré aquí! - Sir Langly, improvisando uno de sus “inspirados” planes.

El tiempo pareció detenerse alrededor de Garrick, que vio como el líder de los bandidos lo señalaba con su espada, lanzándole un claro desafío. El valiente caballero dio un paso adelante, sujetando con más fuerza su escudo y moviendo con habilidad la espada, preparándose para el combate.

- Has elegido un mal día para enfrentarte a mí, caballero - John, Líder de los Bandidos

Ambos contendientes se lanzaron hacia delante, y las espadas entrechocaron con furia, resonando con un tañido metálico. Los luchadores se separaron, midiéndose con la mirada. Sir Garrick, joven e impetuoso, lanzó un golpe vertical con su arma, tratando de partir en dos a su rival. Pero este reaccionó con rapidez, como una serpiente, apartándose a un lado, girando sobre sí mismo y lanzando un atroz golpe que lanzó al caballero varios metros hacia atrás, cayendo casi inconsciente. Sólo el escudo de Garrick impidió que este muriera allí mismo.

Mientras tanto, Loic se enfrentaba a uno de los vigías, pero éste no era rival para su refulgente lanza, que pronto segó la garganta de su rival. Luego, corrió para interponerse entre el líder de los bandidos y el caído Sir Garrick.

El enorme bandido se abalanzó sobre el Caballero de la Lanza, que moviéndose con habilidad clavó su arma en la pierna de su rival, inmovilizándolo al suelo. En ese momento, llegó Sir Langly, y con un rugido de furia, golpeó con fuerza a su enemigo, dejándolo inconsciente.

La batalla había terminado. Aunque Sir Loic intentó seguir al noble encapuchado, ya había pasado mucho tiempo, y la pista se había enfriado, de modo que volvieron al señorío De Falt, para interrogar a los prisioneros.

Después de unas semanas recuperándose de sus heridas, los caballero se dispusieron a interrogar al líder de los bandidos, el hombre llamado John. El bandido, mostrando su falta de honor, no tuvo reparos en contar aquello que sabía, mientras uno de los sirvientes venía a traerle algo de comida.

El interrogatorio duró un rato, al tiempo que el bandido se zampaba toda la comida, y los caballeros intentaban atar cabos, tratando de descubrir la identidad del misterioso noble, que por lo visto, era el enlace con los bandidos, y que les pasaba información sobre caravanas de mercaderes a cambio de una parte de los beneficios.

Pero cuando los caballeros preparaban un plan para intentar capturarlo, se dieron cuenta de que el bandido estaba tosiendo, tosiendo con bastante insistencia. El hombre trataba de respirar, se aferraba la garganta mientras se iba poniendo rojo. Vomitó, tanto comida como sangre, y antes de que los caballeros pudieran hacer nada, John había muerto envenenado.

Fuera quien fuera aquel noble, tenía espías y hombres en todos lados. Los vigilantes de la celda, pensando que era uno de los hombres del Conde, dejaron pasar al “asesino”, que se escapó con total impunidad, pues nadie sospechó nada hasta que fue demasiado tarde.

Los caballero se dispusieron para partir, mientras Sir Garrick se despedía se Lady Erin, la heredera del señorío De Falt, que se había encargado de curar sus heridas, y con la que había desarrollado una bonita amistad, y quizá algo más.

Llegaron a Sarum, y cuando entraron en el gran salón, el Conde Roderick los esperaba vestido para la batalla.

- Ya habrá tiempo para los informes después, mis valerosos caballeros. Ahora, partimos a la Guerra…- El Conde Roderick

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