29 jun 2010

Año 487: El Banquete de la Espada

Este año, la Corte del Rey Uther se trasladaba a Salisbury, y el personal del Castillo de Sarum se hallaba agitado ante la presencia del monarca. El Conde Roderick se hallaba ocupado con los preparativos, con la intención de agasajar a su señor de la mejor forma posible, y por ello, los caballeros, convertidos en la comidilla de los cortesanos del condado, apenas lo veían.

Lentamente iban llegando los caballeros y grandes nobles aliados de Uther, y por fin, una soleada mañana, se pudo distinguir a lontananza el enorme séquito del Pendragón. Montaba un hermosísimo corcel, de gran alzada y finas líneas, blanco como la nieve, y sus vestiduras podrían hacer sonrojar a los caballeros, a pesar de sus flamantes ropas nuevas. Junto al monarca, cabalgaba su hijo, el Príncipe Madoc, no menos impresionante que su progenitor, del que había heredado su fiera mirada y anchura de hombros, departiendo con sus camaradas de armas.

La recepción fue fastuosa, y al anochecer se celebró un gran banquete, en el que los caballeros estuvieron presentes, aunque alejados de tan poderosos y nobles señores. Tras interminables rondas de comida y bebida, a cual mejor manjar, comenzaron los tradicionales regalos entre los señores. Los nobles fueron desfilando ante el monarca, presentándole sus dádivas. El propio Conde Roderick se acercó a Uther y le entregó un hermoso yelmo, decorado con dos osos de color blanco, fabricado en las lejanas tierras de Noruega.

Tras una larga ceremonia, en la que Sir Garrick aprovechó para conversar animadamente con Lady Adwen, la rica heredera que estaba siendo objetivo de sus galanterías, fue el turno del Príncipe Madoc. A una señal suya, entraron unos hombres portando pesados cofres, los cuales depositaron en el suelo. Uno contenía oro y plata, el otro, rebosaba de brillantes joyas, y el último, tenía sedas, telas y mantos de calidad exquisita. Era el botín obtenido de los sajones. El Rey Uther, complacido, reparte casi sin mesura, y todos en la corte reciben su premio, incluso los jóvenes caballeros obtienen varias monedas de plata.

-¿Nada más? Pero si tiene tres cofres llenos…- Sir Garrick, alabando la largueza y generosidad de Uther.

En ese momento, las puertas del gran salón se abren, y heraldo anuncia la llegada del Sabio Merlín, Archidruida de Britania. El druida entra en la sala, caminando con paso firme, su cayado de serbal golpeteando el suelo de la estancia. Una sonrisa divertida se insinua entre su barba entrecana, y sus extraños ojos dorados contemplan a la multitud con alegría.

- ¡Adelante, Sabio Merlín! ¡Siempre sois bienvenido a mi lado, Archidruida y Bardo de Britania! – exclamó Uther con sus potente voz.
- Veo multitud de regalos aquí – respondió Merlín -. Regalos sin duda dignos de un gran hombre. Pero vos no sois como el resto de los hombres, Uther. – continuó mientras giraba, dirigiendo su voz estentórea a todos los rincones de la sala.

A pesar de que no hablaba alto, todos los presentes, desde el primero hasta el último, escuchaban con claridad las palabras del druida.

-Vos sois Uther Pendragón, Monarca de Britania, y sin duda nadie ha alcanzado más alta dignidad, ni siquiera los Emperadores de Roma. Un hombre de tal valía, un hombre que puede poner paz en nuestra buena tierra, se merece un presente aún mayor…

Un revoloteo de su capa, y donde antes estaban las manos vacías de Merlín, se encontraba ahora una hermosa espada, con guarda de oro y brillantes, y una vaina igual de impresionante, una espada que los jóvenes caballeros conocían muy bien. El sabio druida sujetó la espada por la vaina, ofreciéndosela a Uther, que con mano trémula, acercó sus dedos a la empuñadura. Tras un instante de duda, la desenvainó, y un brillo dorado inundó la estancia, al tiempo que la voz del Bardo de Britania se hacía escuchar.

- ¡HE AQUÍ A EXCÁLIBUR, LA ESPADA DE LA VICTORIA! –

El monarca se llevó la espada hasta sus labios, para besarla con reverencia, y luego dirigió su mirada a los allí presentes.
- Con esta espada en mis manos, ninguno de mis enemigos podrá oponerse a mí. – susurró Uther.
- Lo único que debes hacer es actuar siempre con justicia – le respondió Merlín.
- Creo que es el momento de visitar a unos viejos amigos – dijo Uther con una sonrisa, ante la algarabía general.

A continuación, Merlín llamó a los jóvenes caballeros, que le habían ayudado a conseguir la espada, y les ofreció relatar dicha historia, lo cual procedieron a hacer con indudable gracia, en una narración coral que impresionó a los cortesanos.

Al día siguiente, el Conde Roderick reunió a sus caballeros, y les informó que el Rey Uther se iba a dirigir al norte, a visitar a algunos caballeros poco leales, pero que su hijo Madoc estaba reclutando voluntarios para saquear los territorios sajones del este. Como la mayoría de los jóvenes hambrientos de gloria y botín, los caballeros decidieron que acompañarían al Príncipe Madoc.

Se aprestaban las espadas, se ajustaban la armadura, pronto correría la sangre...

19 jun 2010

Año 486, El Retorno al Hogar

Los rayos del sol caen con indolencia sobre las cristalinas aguas del lago, mientras los caballeros se despiden de Merlín Emrys, el Archidruida de Britania, que antes de irse les dedica unas palabras, pues conoce el papel desempeñado por los heroicos guerreros en la lucha contra los bandidos del bosque.

- Sabéis que si queréis acabar con una serpiente, debéis cortar su cabeza. Y esa serpiente se enrosca mucho más cerca de lo que creéis, clavando sus colmillos llenos de veneno, en lo más profundo de vuestro hogar. ¡Tened cuidado, honorables caballeros!-

Y mientras se perdía entre la floresta, su voz se escuchó una vez más.

- ¡Por cierto, quizá cuando volváis, las cosas no estén igual que cuando os fuisteis!

Y así, los jóvenes caballeros se quedaron solos de nuevo. Sir Loic, maravillado ante los portentos que había presenciado, y haciendo honor a sus creencias paganas, da varios pasos en el interior del mágico lago y hace un juramento.

El joven coloca su escudo sobre la superficie líquida, y se lo ofrece a la Dama, pidiendo su bendición y protección. El pesado escudo flota sobre el lago, sin hundirse, ante los ojos fascinados de los allí presentes, y alcanza el centro del lago, donde se hunde. Fuera lo que fuera, la ofrenda había sido aceptada. A partir de ese momento, Sir Loic se había un nuevo sobrenombre: El Caballero Juramentado.

Tras un corto debate, en el que los caballeros trataban de interpretar las crípticas palabras de Merlín, avanzaron por el sendero iluminado, el camino que los llevaría a casa. Cuando coronan la cima de una colina, a lo lejos, pueden ver ¡¡El Castillo de Sarum!!

Asombrados, no se explicaban cómo, si estaban llegando a Ebble, podían haber alcanzado Sarum en tan corto espacio de tiempo… y no sólo eso. Además, Sir Gunner se percató que, si bien cuando ellos combatieron el gigante era plena primavera, ahora las hojas de los árboles caían, muertas, como en Otoño.

La duda prendió en el corazón de los caballeros, pues unos abogaban por la prudencia, y otros por presentarse ante el Conde Roderick. Al final, se acercaron a la ciudad, donde fueron informados que, tal y como sospechaban, el tiempo había pasado de forma extraña mientras vagaban por el Otro Mundo, y ya hacía varios meses que se los había dado por desaparecidos.

Tras la narración de sus hazañas, el Conde Roderick decretó que esta noche celebrarían un banquete en su honor, durante el cual, los Caballeros deleitaron a la corte con una narración conjunta, además de tener el honor de sentarse cerca del conde, cuya mujer, la Condesa Ellen, se hallaba enfrascada en una discusión teológica con el Obispo Roger.

Al finalizar la fiesta, el Conde les regaló a sus caballeros unas nuevas cotas de malla decoradas, en sustitución de las suyas, que estaban bastante dañadas debido a los combates. Con palabras de agradecimiento, los caballeros se retiraron a sus señoríos a pasar el invierno.

7 jun 2010

Año 486, La Aventura de la Espada


“¡Acercaos! ¡Venid todos a escuchar mis palabras! Yo, Gaeldas el Bardo, os contaré las aventuras y desventuras de grandes héroes.Traedme una buena bebida, y os narraré de aquellos tiempos en los que los jóvenes caballeros fueron testigos de prodigios y encantamientos.De cuando ayudaron al sabio Merlín en la fabulosa Aventura de la Espada, combatiendo gigantes y peligros sin fin, y llevando a cabo grandes hechos de armas.¡Venid y acercaos he dicho! Pues así continúa su historia…”
El Invierno alcanzó Britania, y con la llegada de su frío soplo, los caballeros retornaban a sus hogares. Tras el resultado incierto de Mearcred Creek, los guerreros se enteraron de la aplastante derrota que el Duque Lucius de Caercolum había recibido a manos de los sajones desembarcados en el este, con lo que los ánimos no fueron los mejores.

Durante todo el invierno los caballeros hicieron acto de presencia en la corte de su señor, donde un rumor comenzó a adquirir cierta importancia, una embarazosa historia que afectaba al hermano de Sir Langley y a la hermana casada de Sir Garrick, pero la conversación entre ambos caballeros no profundizó demasiado en el tema.

- ¿Mira, qué pasa con tu hermano? – Sir Garrick, investigando la verosimilitud de los insidiosos rumores.

En ese tiempo, las noticias de provechosos saqueos en tierras sajonas llegaban a los oídos de los ardorosos guerreros, que se frotaban las manos con la esperanza de ganar gran gloria, infligir un castigo a los sajones, y sobre todo, ganar algo de botín que sufragara sus inminentes gastos.

En la corte de Sir Roderick, el caballero Sir Garrick continuó galanteando a la bella Lady Adwen, pero al parecer su ardor caballeresco no era aún suficiente para impresionar a la dama. El joven señor de Winterbourne Stoke se encontraba con un escollo insalvable de momento: el dinero.

- ¿Una libra? ¿Pero esta mujer que se ha creído que soy? ¿El rey? – Sir Garrick, asombrado al conocer el precio de su amor.

Por fin, el Conde Roderick les confió sus planes para este año, y la decepción hizo mella en los caballeros. Temeroso de posibles represalias de los sajones, el conde prefirió mandar a los caballeros de patrulla, para evitar posibles incursiones en las fronteras de Salisbury.

De este modo, los cuatro caballeros se vieron cabalgando hacia el sur, hacia el castillo de Ebble, donde pasarían, dios mediante, gran parte de su tiempo.

Mientras avanzaban por el sendero, se encontraron con un anciano encorvado, apoyado en un retorcido cayado, que se plantó delante de ellos suplicante. Los caballeros, suspicaces por naturaleza, desconfiaron de tal anciano, pero escucharon lo que tenía que decirles.

El viejo les contó que su Mary, la mula que lo llevaba al pueblo, se había asustado y huyó colina arriba, hasta meterse entre la vegetación que invadía unas viejas ruinas. Tras muchas dudas, al final Sir Garrick y el Oso de Salisbury decidieron ayudar al viejo, mientras el resto de caballeros se quedaban en el camino.

Cuando Garrik alcanzó lo alto de la colina, atravesando el follaje, llegó a un pequeño claro donde la mula se había atascado, al enredarse sus riendas entre las ramas. El caballero acercó su montura al animal, pero en ese mismo instante, el tronco de un árbol pareció derrumbarse sobre la mula, partiéndole el espinazo entre rebuznos de agonía.

El suelo temblaba, y un enorme rugido espantó los pájaros de los árboles. Las ramas se partieron cuando el enorme corpachón grisáceo de un gigante de tres ojos apareció en el claro, y el tronco que parecía derrumbado no era más que el arma de la criatura, que lo empuñaba como si de una porra se tratara.

El gigante, sin perder un segundo, arrancó una roca del suelo y la arrojó contra el caballero, que logró interponer el escudo a tiempo, evitando un golpe mortal. Sir Gunner, se abalanzó hacia el claro, y sin un ápice de temor, con sus venas ardiendo de furia guerrera, atacó sin dudarlo.

Más el gigante fue aún más rápido, y balanceando su tronco, impactó contra el caballero, desmontándolo con fuerza. Sir Langley que se acercaba al lugar de la batalla, vio caer al Oso de Salisbury como si un proyectil fuera, con el escudo abollado, la cota de mallas reventada y la sangre brotando de su cuerpo, indudablemente herido de muerte.

El Caballero de la Lanza clavó espuelas y pronto todos luchaban contra el gigante, que lanzaba terribles golpes contra Sir Garrick. Sin duda el destino, la suerte, y la habilidad del guerrero lo libraron de una muerte segura, mientras los demás herían una y otra vez al gigante, aunque ninguno de sus golpes era mortal.

El combate se alargó, el cansancio se empezaba a apoderar de los guerreros, que seguían sin poder acabar el combate. Mientras tanto, Sir Gunner notaba como la vida se escapaba de su cuerpo. El dolor era insoportable, el respirar era un infierno, y su vista se nublaba sin cesar.

Notó un movimiento, abrió los ojos, y pudo contemplar al anciano, que lo miraba con compasión, una sonrisa dibujada en sus resecos labios. El anciano puso las manos de huesudos dedos en las sienes del caballero caído, y dijo algo con un susurro.

- Aún no ha llegado tu hora, valiente caballero…-

Una calidez llenó por completo a Sir Gunner, que contemplaba extasiado como sus heridas habían desaparecido. Un millón de preguntas pugnaban por salir de los labios del caballero, pero el anciano negó con la cabeza.

- Pronto llegarán las respuestas, Sir Gunner, ahora tus amigos te necesitan. –

Cuando Sir Langley, que cabalgaba hacia su escudero para hacerse con una lanza, vio al Oso de Salisbury, ensangrentado y con la armadura mellada, pero corriendo a la batalla, sus ojos se abrieron como platos por la sorpresa, pero no tenía tiempo que perder, y continuó la eterna batalla.

Por fin, después de un largo rato, el gigante cayó como si fuera una montaña, haciendo retumbar el suelo con su enorme corpachón. En ese instante, unos aplausos llenaron el repentino silencio del claro, mientras el anciano que los había conducido hasta allí se acercaba riendo.
Los caballeros, extrañados, demandaron al anciano, que ya no caminaba encorvado, que les revelara su nombre. Sir Loic incluso le apuntó con su lanza amenazante.

- No hay necesidad de estas cosas, caballero – dijo el anciano. Apartó la punta de la lanza con desdén, y se quitó su andrajosa capa con un revoloteo. Cuando Loic miró su arma, vio que era un simple palo de caminante, y donde se hallaba un anciano, se encontraba un hombre en la plenitud de su vida, de cabello negro y barba recortada.

Sólo una persona era capaz de esgrimir esos poderes mágicos con tanta facilidad, y esa persona no era otra que el sabio Merlín, el Archidruida de Britania.

Merlín, con una sonrisa, se dirigió a ellos con palabras amables.

- Habéis pasado la prueba, amigos. Ahora, reclamo vuestra habilidad para una importante tarea, de cuyo éxito dependerá el futuro del reino. Si me acompañáis, deberéis dejar a vuestros caballos y escuderos aquí, pues no pueden seguirnos allá donde vamos. –

Tras pronunciar estas palabras, se introdujo en el bosque a buen ritmo, apoyado en su hermoso bastón de serbal, con un halcón tallado en la punta. No hay que decir que los valientes caballeros aceptaron la misión que se les presentaba, maravillados ante la posibilidad de presenciar prodigios sin par.

Avanzaron por un sendero entre la vegetación, apenas un camino de animales, pero que parecía brillar de forma especial. La luz que se colaba entre las ramas iluminaba las hojas y las flores, que parecían tener los colores más vivos, brillar con más intensidad que nunca. El sendero cambiaba según avanzaban, y si miraban atrás solamente había más bosque, el camino parecía haberse desvanecido.

Por fin, alcanzaron un lago, de aguas frías y cristalinas, donde la bruma avanzaba sinuosa por la líquida superficie. Allí, a su orilla, Merlín se volvió a dirigir a ellos.

- Ahora caballeros, solicito vuestra protección, pues necesito tiempo para obrar mis encantamientos. Estad atentos, pues de vosotros depende el destino de Rey y de Britania. –
Dicho esto, se volvió hacia el lago, con los ojos cerrados, y comenzó a murmurar palabras en un idioma desconocido.

Casi en ese momento, se escuchó un galope a lo lejos, y los caballeros se aprestaron para defender al druida, que estaba inmerso en su magia. El cabalgar se acercó más y más, hasta que entre el follaje salió un jinete empuñando dos espadas.

Los caballeros pensaban que se enfrentaban a un hombre, pero pronto se dieron cuenta de su error cuando, al acercarse vieron que jinete y montura formaban un solo ser, construido de algas, limo y ramas. De pronto, dos brazos más brotaron del torso de la criatura, que se enfrentó a los cuatro caballeros sin dificultad.

La lucha fue breve pero encarnizada, y los caballeros pronto lograron abatir a la bestia, que se deshizo en algas y barro con un sonido asqueroso. Merlín finalizó su canto y entre las brumas surgió una barca, construida en madera blanca, que navegó sola hasta la orilla, como si esperara por ellos.

Todos embarcaron, y de nuevo, sin mano que la dirigiera, el blanco navío surcó las tranquilas aguas, hasta la zona central del lago. Mientras navegaban, unas criaturas anfibias, con las bocas erizadas de dientes, les atacaron, pero consiguieron acabar con ellos sin dificultad.
Repentinamente, las aguas volvieron a la normalidad, y la barca se detuvo por completo.

Un rayo de luz cayó sobre el lago, y durante unos momentos, pareciera que se escuchara una música angelical. La superficie líquida fue quebrada y un delicado y pálido brazo femenino surgió, empuñando la espada más hermosa que aquellos hombres jamás habían visto.

Merlín recogió aquel regalo, envolviéndolo en un paño de seda roja, y volvieron a la orilla. Allí, agradeció su ayuda, y desapareció, dejando a los caballeros solos, prestos a volver a Sarum para contar al Conde lo extraordinario de su aventura.

25 may 2010

Año 485. La Batalla de Mearcred Creek


“¡Acercaos! ¡Venid todos a escuchar mis palabras! Yo, Gaeldas el Bardo, os contaré las aventuras y desventuras de grandes héroes.

Traedme una buena bebida, y os narraré de aquellos tiempos en los que los jóvenes caballeros fueron la pesadilla del invasor sajón.

De cuando combatieron en Mearcred Creek, regando el campo de batalla de sangre enemiga, y llevando a cabo grandes hechos de armas. ¡Venid y acercaos he dicho! Pues así continúa su historia…”

Los caballeros se habían quedado sorprendidos al ver al Conde reunido con todos sus hombres de confianza y ataviados para la guerra. Pronto, su señor los puso al día.
Al parecer, el Rey Uther había convocado a sus tropas para atacar a los sajones del sureste de Britania, aquellos comandados por el Bretwalda Aelle. El ejército de Llogres se había reunido a escasa distancia de Sarum, y los caballeros tenían que pertrecharse para el combate y reunirse con las tropas lo antes posible.

En ese momento, el chambelán de Sir Roderick abrió las puertas de la gran sala, anunciando a un nuevo caballero. Era nada menos que Sir Gunner, el Oso de Salisbury, el cual, ya recuperado de sus heridas, respondía a la llamada de su señor con la presteza acostumbrada.

Cuando el enorme caballero entró, con su hacha adornada al cinto, su cabello rubio ondeando y la capa hecha de la piel del oso que había matado en Imber, un murmullo se levantó entre los caballeros del Conde, sobre todo por la parte de Sir Amig, el Asesino de Sajones, pues Gunner era la viva imagen de aquellos a los que iban a combatir.

Sir Langley, cuyo odio por los sajones era casi tan elevado como el del Castellano de Tilshead, sumó su descontento a las quejas de Sir Amig.

- Ya nombran caballero incluso a los perros…- Sir Langley, haciendo amigos.

Durante unos instantes pareció que las palabras iban a dar paso a las armas, pero afortunadamente, la intervención del Conde apaciguó los ánimos, al menos temporalmente. Una vez terminada la reunión, la mayoría de los caballeros se fueron a prepararse, pero nuestros valientes héroes se quedaron allí, sobre todo, al ver que la Condesa Ellen, acompañada de varias mujeres en edad casadera, habían entrado en el salón.

Sir Jaradan, la Espada del Condado, se acercó al grupo de mujeres, y se inclinó con una floritura, solicitando con educación y gracia las bendiciones de las damas antes de partir al combate. Éstas, entre risas, se lo concedieron con gusto, pues de todos era bien conocida la fama de mujeriego del joven caballero.

Sir Garrick, impresionado por la belleza de Lady Adwen, y por qué no decirlo, aún más impresionado por sus heredades, dedicó unas bellas palabras a la joven y hermosa viuda. Tan buenas palabras usó, y tanta pasión puso en su petición, que la joven le otorgó una prenda para que lo portara en combate.

- ¡Llevaré este pañuelo en el corazón, para que me de fuerzas en la batalla! - Sir Garrick, haciendo planes de futuro.

De este modo, los caballeros partieron, seguidos por sus fieles escuderos, a encontrarse con las tropas del Rey Uther. Rápidamente, Sir Garrick y Sir Loic hicieron gala de sus habilidades para la Equitación, y se adelantaron a sus camaradas, que continuaron el viaje sumidos en un hostil silencio.

Al anochecer alcanzaron el campamento, una multitud de tiendas de campaña alzadas a la luz de las hogueras, donde caballeros, soldados y seguidores, disfrutaban de los pocos momentos de descanso que les quedaban.

Los caballeros paganos decidieron celebrar lo que quizá podría ser su última cena de la mejor forma posible, que era ingiriendo enormes cantidades de hidromiel y cerveza. Tanto alcohol fue peor soportado por el Caballero de la Lanza, que se levantó al día siguiente con una fuerte resaca, acentuada por los gritos de ánimo de Sir Brastias, uno de los caballeros del rey, que instaba al campamento a ponerse en marcha.

- Vale, sabemos que es el guardaespaldas del rey… pero ¿por qué grita tanto? - Sir Loic después de una noche de fiesta.

Lentamente, como un enorme animal que se despereza, el ejército de Britania se pone en marcha, hasta alcanzar las cañadas de Mearcred. Allí, se encuentran con un espectáculo que pone a prueba los nervios de los jóvenes caballeros. Cientos de sajones los recibían, gritando, maldiciendo y bramando en su idioma, mientras entrechocaban sus armas, y sus druidas, sucios y malolientes hombres vestidos con pieles, escupían encantamientos contra los britanos.

De entre las tropas sajonas salió un hombre, montado en un caballo blanco, vestido con pieles de oso. En su mano izquierda empuñaba una enorme hacha, y en la derecha, una lanza en cuya parte superior se mostraba un cráneo de lobo ensangrentado.

Era Aelle, Bretwalda de los Sajones.

Aelle clavó los talones en su montura y se acercó a galope hasta las filas britanas, desdeñando un posible ataque. Cuando estaba a un tiro de piedra del enemigo, clavó su lanza en el suelo y señaló a todo el ejército rival con su hacha, vociferando desafíos en su idioma. Alentado por los gritos de sus soldados, el Bretwalda volvió grupas y se unió a sus tropas.

Los britanos, aunque abuchearon al sajón, contuvieron el aliento en espera de la respuesta al desafío. Y esta no se hizo esperar.

Lentamente, con parsimonia, un enorme caballo de batalla, negro como la noche, surgió entre los britones. Sobre él, un hombretón de noble porte, cabello y barba rojas como el fuego, ataviado con una decorada armadura y un valioso manto ribeteado de armiño. La montura avanzó despacio, hendiendo el suelo con sus cascos, hasta alcanzar el estandarte sajón. Con un solo movimiento, el Rey Uther Pendragón desenvainó su espada y cortó la lanza. A continuación, escupió contra el enemigo, despectivamente, y volvió a sus filas, ovacionado por su hombres.

En ese momento los estómagos de los caballeros se contrajeron inevitablemente, el sudor recorrió sus espinas dorsales y sus manos temblaron imperceptiblemente, pues en ese momento, en ese mismo instante, comenzaba la Batalla de Mearcred Creek.

Sir Amig, el Asesino de Sajones, comandaba su unidad, y ante el sonido de ataque, taloneó los flancos de su caballo y avanzó contra el enemigo. Despacio al principio, pero adquiriendo más velocidad a cada paso, las monturas de los caballeros se abalanzaron contra los sajones.

El choque fue simplemente brutal. El tronar de los caballos parecían una tormenta, los gritos enemigos ensordecían sus oídos, sus espadas sajaban carne, metal y hueso, mientras los brazos temblaban a cada golpe portador de muerte. Los caballeros se hincaron profundamente en la muralla de enemigos, despedazando a los guerreros a pie sajones.

Sir Garrick ensartó a un sajón, dejándolo clavado en el suelo, y el Caballero de la Lanza derribó a otro, lanzándolo por los aires. Sir Langley no se quedó atrás, golpeando una y otra vez a los enemigos, y el Oso de Salisbury, cayó sobre los enemigos como el animal del que tomaba el nombre.

Sir Amig, enloquecido por su odio, avanzaba cada vez más, penetrando entre las tropas, enemigas sin percatarse del peligro que traía a su unidad, pues aunque los caballeros causaban muchas bajas, debido a la superioridad numérica, pronto no quedaron más que los cuatro camaradas y Sir Amig, que seguía atacando sin parar.

El enemigo los rodeó, y la situación parecía desesperada, con una multitud de enemigos asaltando su posición, aferrando las riendas de sus caballos, alanceando y golpeando a los caballeros. Si ese día no cayeron, fue gracias a los dioses y su habilidad en el combate.

Sir Amig consiguió abrir una brecha y sacarlos del cerco, pero cuando parecía que el peligro había pasado, una lanza sajona se hincó en su costado, lanzando al veterano caballero al suelo. Al instante, los caballeros se lanzaron a proteger su vida, creando un círculo defensivo, al tiempo que Sir Langley se desgañitaba, llamando a su escudero.

Por fin, Gwinned, con su dorado cabello al viento, acudió a la llamada de su señor, y consiguieron sacar a Sir Amig de allí. Sir Garrick, el caballero mejor entrenado en táctica y estrategia asumió el mando, consiguiendo salvar la vida de sus camaradas.

Al final, ambos ejércitos se separaron, sin ningún vencedor claro, dejando un campo lleno de cadáveres, un auténtico festín para los cuervos. Los caballeros, extenuados, retornaron al campamento, y celebraron que seguían vivos un día más.

Pronto volverían a sus señoríos, a pasar el invierno y a recuperarse de sus heridas… pues les haría falta estar preparados para las aventuras que les esperaban.

18 may 2010

Año 485. Los Bandidos del Bosque. Parte 2


“¡Acercaos! ¡Venid todos a escuchar mis palabras! Yo, Gaeldas el Bardo, os contaré las aventuras y desventuras de grandes héroes.

Traedme una buena bebida, y os narraré de aquellos tiempos en los que los jóvenes caballeros, Sir Gunner y Sir Loic, y sus nuevos camaradas, Sir Garrick y Sir Langly, se convirtieron en el terror de sus enemigos.

De cuando se adentraron en el peligroso bosque en busca de los escurridizos y malvados bandidos. ¡Venid y acercaos he dicho! Pues así continúa su historia…”





El sol dorado se escondía en el horizonte en el momento en el que los guerreros de Salisbury penetraban en el pobre señorío de Andrew De Falt. Los gritos de los campesinos y el entrechocar de las espadas quedaron cubiertos por el tronar de los caballos, que hollaban la tierra como corceles del infierno.

En vanguardia, Sir Loic, el Caballero de la Lanza, los cabellos ondeando al viento, su arma firmemente aferrada en la diestra y el costado izquierdo protegido por el escudo. A sus flancos, sus dos nuevos camaradas, dos jóvenes pero valerosos caballeros.

Sir Garrick, de Winterbourne Stoke y Sir Langly, de Durnford, azuzaban a sus monturas con un brillo de determinación en los ojos, ansiosos de probarse en combate y de demostrar que eran dignos de sus armas. Tras ellos, los veinte infantes de los que había podido prescindir el Conde Roderick cabalgaban inspirados por los caballeros que los comandaban.

Los bandidos que atacaban el señorío no fueron rivales para los recién llegados, que los abatieron como campesinos que siegan la cosecha. Pronto sus espadas quedaron tintas en sangre y los enemigos se batieron en retirada.

Sir Loic, preocupado por su camarada Gunner, entró en la casa del señor temiéndose lo peor. Pero nuevamente el Oso de Salisbury había hecho honor a su nombre. Había afirmado sus pies en la escalera, acabando con cuanto enemigo le salía al paso, convirtiendo el lugar en una matanza.

Ahora, casi desvanecido, aún sujetaba su hacha decorada, sonriendo al caballero con el rostro lleno de sangre, mientras se lo llevaban para tratar sus heridos.

- Dejadme alguno, Sir Loic, ¡no os quedéis con toda la gloria! - Sir Gunner, despidiéndose de su camarada.

Los caballeros se reunieron con el señor de las tierras, el afectado Sir Andrew, para decidir un plan de actuación. Aunque hubo algunas disensiones, se decidió que tanto Sir Loic como sir Langly, acompañados por Brunner, el mejor cazador de la región, y de Alein, uno de los hombres del conde, intentaría llegar al campamento de los bandidos en una misión de reconocimiento.

Con gran habilidad, y porque no decirlo, también algo de suerte, alcanzaron la pequeña depresión del terreno que ocultaba el campamento enemigo sin que ninguno de los vigías los descubrieran. Allí, pudieron ver una enorme hoguera, con algunos bandidos a su alrededor, y varias chozas construidas a su alrededor. Aunque nada estaba construido en buena calidad, se veía que llevaban un tiempo ya establecidos allí.

Haciendo gala de su proverbial percepción, Sir Langly pudo ver a dos hombres que salían de la cabaña de mayor tamaño. Uno de ellos, era un hombre alto y fornido, vestido con ropas vulgares, y con una gran espada colgada al cinto. A su lado, otro hombre, encapuchado, pero al que sus ropajes de calidad delataban como noble, conversó con el líder de los bandidos unos momentos, y luego montó a caballo, alejándose de allí con velocidad.

El Caballero de la Lanza volvió al señorío, a buscar a las tropas, mientras Sir Langly se quedaba allí, bien oculto, estudiando los vigías y los cambios de guardia. Cuando largo rato después, los soldados del Conde se acercaban al campamento, estuvieron a punto de ser descubiertos, pero Loic primero, y Langly después, acabaron con la vida del vigía antes de que este pudiera gritar.

Apremiando a sus tropas, para que los bandidos no se percataran de la ausencia del vigía, Sir Garrick preparó una improvisada estrategia de batalla. Estableció a los arqueros a ambos flancos, y les ordenó disparar flechas incendiarias, al tiempo que Sir Loic, junto con Brunner, rodeaba el campamento para evitar que huyera su líder.

Los bandidos salieron de las cabañas, y entre la confusión y el sueño, apenas pudieron preparar una defensa efectiva, que era justo lo que esperaba Sir Garrick. Con un grito, lanzó a la carga a los infantes, liderados por el mismo y por Sir Langly, que corrieron ladera abajo en busca de los enemigos.

El caballero de Dunford casi pierde el control, tropezando la bajada, pero con el escudo por delante consiguió embestir a un par de bandidos, a los que arrojó al suelo. Por su lado, Sir Garrick, haciendo gala de una impecable destreza, parecía danzar entre sus enemigos, lanzando tajos a diestro y siniestro con su espada.

La batalla se desató a su alrededor, los gritos de los agonizantes, los huesos quebrándose. Las caras enemigas se difuminaban, solo visualizando bultos a los que sajar y apuñalar. Los caballeros, aunque los infantes y los bandidos caían a su alrededor, se incrustaron como una cuña entre sus enemigos, y pronto alcanzaron el centro del campamento.

Sir Langly, rodeado de enemigos, luchaba con un león, esquivando, parando y tajando, mientras a su lado Sir Garrick clavaba su mirada en el líder de los bandidos, que bramaba órdenes con fuerza.

¡Sir Garrick, id a por el líder, yo os cubriré aquí! - Sir Langly, improvisando uno de sus “inspirados” planes.

El tiempo pareció detenerse alrededor de Garrick, que vio como el líder de los bandidos lo señalaba con su espada, lanzándole un claro desafío. El valiente caballero dio un paso adelante, sujetando con más fuerza su escudo y moviendo con habilidad la espada, preparándose para el combate.

- Has elegido un mal día para enfrentarte a mí, caballero - John, Líder de los Bandidos

Ambos contendientes se lanzaron hacia delante, y las espadas entrechocaron con furia, resonando con un tañido metálico. Los luchadores se separaron, midiéndose con la mirada. Sir Garrick, joven e impetuoso, lanzó un golpe vertical con su arma, tratando de partir en dos a su rival. Pero este reaccionó con rapidez, como una serpiente, apartándose a un lado, girando sobre sí mismo y lanzando un atroz golpe que lanzó al caballero varios metros hacia atrás, cayendo casi inconsciente. Sólo el escudo de Garrick impidió que este muriera allí mismo.

Mientras tanto, Loic se enfrentaba a uno de los vigías, pero éste no era rival para su refulgente lanza, que pronto segó la garganta de su rival. Luego, corrió para interponerse entre el líder de los bandidos y el caído Sir Garrick.

El enorme bandido se abalanzó sobre el Caballero de la Lanza, que moviéndose con habilidad clavó su arma en la pierna de su rival, inmovilizándolo al suelo. En ese momento, llegó Sir Langly, y con un rugido de furia, golpeó con fuerza a su enemigo, dejándolo inconsciente.

La batalla había terminado. Aunque Sir Loic intentó seguir al noble encapuchado, ya había pasado mucho tiempo, y la pista se había enfriado, de modo que volvieron al señorío De Falt, para interrogar a los prisioneros.

Después de unas semanas recuperándose de sus heridas, los caballero se dispusieron a interrogar al líder de los bandidos, el hombre llamado John. El bandido, mostrando su falta de honor, no tuvo reparos en contar aquello que sabía, mientras uno de los sirvientes venía a traerle algo de comida.

El interrogatorio duró un rato, al tiempo que el bandido se zampaba toda la comida, y los caballeros intentaban atar cabos, tratando de descubrir la identidad del misterioso noble, que por lo visto, era el enlace con los bandidos, y que les pasaba información sobre caravanas de mercaderes a cambio de una parte de los beneficios.

Pero cuando los caballeros preparaban un plan para intentar capturarlo, se dieron cuenta de que el bandido estaba tosiendo, tosiendo con bastante insistencia. El hombre trataba de respirar, se aferraba la garganta mientras se iba poniendo rojo. Vomitó, tanto comida como sangre, y antes de que los caballeros pudieran hacer nada, John había muerto envenenado.

Fuera quien fuera aquel noble, tenía espías y hombres en todos lados. Los vigilantes de la celda, pensando que era uno de los hombres del Conde, dejaron pasar al “asesino”, que se escapó con total impunidad, pues nadie sospechó nada hasta que fue demasiado tarde.

Los caballero se dispusieron para partir, mientras Sir Garrick se despedía se Lady Erin, la heredera del señorío De Falt, que se había encargado de curar sus heridas, y con la que había desarrollado una bonita amistad, y quizá algo más.

Llegaron a Sarum, y cuando entraron en el gran salón, el Conde Roderick los esperaba vestido para la batalla.

- Ya habrá tiempo para los informes después, mis valerosos caballeros. Ahora, partimos a la Guerra…- El Conde Roderick