31 oct 2012

Personajes: Loic ap Tonan

La sangre celta todavía corre con fuerza por las venas de Loic, un vestigio de una época anterior al nombre de Britania y el contacto con los romanos, cuando las gentes de la isla veneraban a sus oscuros dioses del bosque y no conocían la palabra escrita.

Aunque la línea es ya algo difusa, el caballero Loic y su numerosa familia descienden de los atrébates, un hecho que incluso ellos han olvidado. Cuando las relaciones entre celtas y romanos dejaron de ser meramente comerciales y las campañas militares se sucedieron bajo la mirada de los césar, los antepasados de Loic no quisieron unirse a las rebeliones. 

De hecho, incluso hoy día una de las historias favoritas de la familia trata sobre un antiguo rey llamado Tincomaro quien para ahorrar sufrimiento a su pueblo partió hacia la misma Roma para darle al césar las riquezas que tanto anhelaba. Satisfecho, el emperador romano no procedió con sus planes de conquista y las gentes del rey celta pudieron evitar los horrores de la guerra durante muchos años.

Y es que todos los parientes de Loic tienen en común una desinteresada generosidad que algunos confunden con estupidez, y un apego a la vida que otros han tachado de cobardía. Por supuesto cualquiera es libre de pensar lo que guste, entre los numerosos dichos que pueblan la familia (algunos incomprensibles), hay uno que dice: “no hay nada tan estúpido como matarse por unas monedas habiendo tantas”.

Teniendo todo esto en cuenta, no es de extrañar que los antecesores del joven pagano se ganasen el privilegio de conservar sus tierras y tradiciones en la época en que Britania fue provincia romana. Y aunque los posteriores siglos han ramificado y mezclado mucho la vieja sangre, en sus señoríos todavía quedan descendientes genuinos de un rey que ahora ha pasado a convertirse en un cuento para educar a los niños.

Pero centrándonos en las últimas décadas, un buen punto de partida sería el momento en el que el viejo Glen, padre del padre de Loic, se hizo un nombre al reclamar unos territorios que pertenecían a su linaje por derecho pero que los azares del destino habían puesto en mano de bárbaros y desertores, descendientes de bretones exiliados, sajones y a saber qué otras tribus detestables. En cualquier caso, como eran desleales al reino de Logres, el (por entonces) joven Glen pudo asentarse entre aquellos peñascos y arroyos y levantar un modesto señorío sin quebrantar ninguna ley. La ambición del chico le impulsaba a ir más allá y recuperar “algo” sobre “una gloria” pasada, seguramente recuerdos borrosos de aquella época ya mencionada en que los atrébates eran una de las tribus principales.

Sin embargo, para cuando quiso darse cuenta de ello el caballero Glen había dejado de ser un fiero guerrero para convertirse en un hombre maduro lleno de preocupaciones por el mantenimiento de su territorio. Así pues, decidió que lo mejor era pasar la antorcha a la siguiente generación y esperar a que uno de sus hijos recuperase ese “algo” que habían perdido. Aunque entre los suyos era normal tener una legión de vástagos, Glen y su esposa Cinnia fueron la excepción al concebir solamente a Tonan y Kenneth. El hermano mayor creció para convertirse en el ejemplo perfecto de caballero honesto, y el menor... bueno, también fue armado caballero.

Lo que importa es que sir Glen pudo concentrarse en las labores del señorazgo sabiendo que el futuro de su casa estaba en buenas manos, así que la región prosperó y casi sin darse cuenta le salieron familiares como setas. Primos, hermanos, sobrinos, todos querían un lugar en la casa y juraban aceptar a Tonan como futuro cabeza de familia. Pero las labores del reino nunca se terminan y el que era un muchacho prometedor capaz de traer gloria a su feudo, también empezó a peinar canas sin experimentar apenas progresos. Una ampliación en los establos. Unas reparaciones en los tejados. Nada impresionante.

Lo cierto es que sir Tonan tampoco contaba con el punto ambicioso de su padre, él se limitó a cumplir sus deberes con el rey y formar una numerosa familia al estilo celta, trayendo hijos que llenaban la casona con gritos y risas y celebrando las fiestas paganas como correspondían: armando mucho escándalo. Aunque la relación con su hermano nunca fue ejemplar, pues lo acusaba de vividor y superficial, al menos sir Tonan pudo respirar tranquilo porque aunque el otro fuese un inmaduro nunca intentó poner en entredicho su autoridad.

La mayor tragedia de su vida vendría, no obstante, cuando su esposa Margaret falleció un invierno tras sufrir lo que parecía un simple resfriado. A partir de ahí el hombre se volvió introspectivo y aunque seguía ejerciendo sus funciones como se esperaba de él, no puede decirse que le pusiera mucho entusiasmo a nada. En una familia donde prácticamente cada año se celebraba una boda o un nacimiento, sólo Tonan prefería seguir con la vista anclada en el pasado.

En medio de todo este ambiente, rodeado de parientes de todas las edades, Loic creció como un golfo falto de disciplina, pues ausente su madre y distante el padre, la verdad es que todos estaban muy ocupados como para meterle algo de sentido común al rapaz. Las criadas de la familia se partían la espalda cuidando al surtido de hermanos y primos pequeños así que Loic entró en la adolescencia bajo el ala del personaje menos indicado: su tío Kenneth.

El viejo Glen por entonces salía poco del feudo e invertía el tiempo en escrutar a su familia con ojos de águila. Nunca había estado muy orgulloso de su hijo tunante, pero al menos el sinvergüenza se las había apañado toda su vida para saber llevar sus asuntos sin causar problemas. Pero cuando vio al primogénito de Tonan seguir los mismos pasos, se le dispararon las alarmas y decidió tomar cartas en el asunto. La insistencia dió sus frutos y sir Tonan terminó por prestar más atención a la educación de su heredero. Horrorizado se quedó un día cuando lo descubrió silbando a las lavanderas mientras el tio Kenneth le murmuraba, muerto de risa, a saber qué indecencias.

La atención del padre de Loic, perdida en recuerdos durante años, de repente cayó como un manto asfixiante sobre el asilvestrado chaval. Él chico estaba acostumbrado a levantarse tarde, robar pasteles en las cocinas y perderse por el señorío haciendo lo que le daba la gana así que el estricto régimen militar al que lo sometió sir Tonan no puede decirse que le sentara nada bien. Madrugaban para entrenar, tenía que atender a los caballos mientras le castañeaban los dientes y practicaba en el patio con espadas de madera, un arte en el cual apenas progresaba, para desesperación de los viejos.

La resistencia física y mental de Loic estaba al límite cuando su padre decidió que había llegado el momento de ponerlo bajo la tutela de sir Elad, quien forjaba grandes hombres y mejores caballeros. Cuando el alguacil contempló al muchacho tuvo que contener una sonrisa; aunque ojeroso y delgado, el joven Loic lo miraba con rencor sordo antes de conocerlo. La experiencia le decía que si quería sacar lo mejor de ese chico lo mejor sería dejarle las riendas un poco sueltas. Prometió al padre una disciplina rayana en lo grotesco pero luego dejó al chaval coger su propio ritmo para no forzarlo demasiado.

Comparado con los últimos meses, la temida tutela de sir Elad resultó ser casi unas vacaciones. Loic sabía que el hombretón, aunque afable y comprensivo, tenía un pronto capaz de asustar a los caballos de guerra así que supo corresponderle cumpliendo sin rechistar con sus deberes de escudero aprendiz. Al fin y al cabo, la alternativa era volver bajo la tiranía de su viejo.

En Salisbury, el joven Loic pronto hizo amistad con el chico más grande y bestia de todos, un osezno con sangre sajona llamado Gunner. Juntos trabaron una buena relación pues el primero divertía al otro con su humor cínico y el sajón advertía a Loic cuando se estaba alejando de sus deberes. De Gunner todos se esperaban que destacase como alumno dotado, al fin y al cabo era más alto y corpulento que muchos caballeros armados, pero la sorpresa vino cuando Loic se hizo un hueco entre los privilegiados cuando descubrió su afinidad con las lanzas. 

A diferencia de otros aprendices, Loic no era tan fuerte. Tampoco es que fuese un muchacho enfermizo, pero cuando cruzaba espadas con los demás, eran sus brazos los que solían cansarse primero. Además, no entendía la fascinación de todos por las hojas largas, eran pesadas y pillarles el equilibrio una pesadilla. Una tarde sir Elad reunió a los chicos para enseñarles algunos trucos por si algún día debían proteger la frontera de saqueadores pictos, unos salvajes amantes de las lanzas y otras armas de fabricación barata. A un lado, Loic interpretaba al picto, y al otro un muchacho que solía ganar los duelos aporreando la espada como si fuera una maza, obligando a los otros a permanecer a la defensiva. En menos de un minuto la lanza roma hizo un barrido, luego golpeó un hombro y finalmente desarmó a su contrincante al fustigarle la muñeca.

Todos se quedaron de piedra, Loic el que más.
A partir de entonces y pese a las protestas de sir Elad, el escudero decidió que su espada pasaría mucho tiempo dentro de la vaina.

Las visitas al señorío transcurrían sin incidentes fuera de lo común, había nacido algún primo o prima, alguien se había casado y mudado con su nueva familia, dejando un hueco que tardaba poco en llenarse, las yeguas habían dado a luz potros gemelos... lo habitual en su familia. Durante todos los años que duró su instrucción, sir Tonan se mantuvo distante de su hijo, sin llegar a mostrar nunca decepción pero tampoco aceptación. Y poco a poco, el tío Kenneth, la piedra angular de su adolescencia empezó a mostrarse como el inmaduro y egoísta patán que era.

Debió ser en algún punto de esa etapa en que la ambición despertó, como un fuego avivado, en el interior de Loic. Algún día ese señorío sería suyo y él no se convertiría en un respetable funcionario como su padre o en un viva la vida sin cabeza como su tio. Llevaría oro y gloria a su familia y se casaría con una mujer que lo encendiera de pasión todas las noches. Secretamente Loic imaginaba como sería la mujer de su vida, aquella que lo haría olvidar lo facilonas que son las mujeres de la servidumbre. Debía ser o bien una fiera de ojos astutos pidiendo a gritos que la domestiquen, o una beldad dulce e inocente a la que enseñar el lado salvaje de la vida.

Como fuera, el joven fue armado caballero junto a su leal colega Gunner,y pronto quedó claro que sus pasos no estaban encaminados hacia la mediocridad cuando sus primeras aventuras lo encaminaron hacia obras mayores como disolver una hermandad de crueles ladrones, hacer la guerra al invasor sajón junto al hijo del mismo Uther Pendragon e incluso, se rumorea (y él mismo cuenta sin reparos), ayudar a Merlín el sabio en misiones más allá de los límites terrenales.

A raíz de una de estas aventuras, la devoción de sir Loic hacia los antiguos dioses se ha visto incrementada, pero el objeto de su mayor lealtad es la misteriosa Dama del Lago a la que jura y perjura haber visto y a la cual ha prometido luchar contra los enemigos de Britania sin más escudo que la propía tierra. En su familia tal juramento fue tomado con pánico, pues no hay nada más peligroso para un caballero expuesto a tantos peligros que combatir sin más protección que la fe.

Pero el hecho es que los años pasan y según se murmura, de entre los jóvenes caballeros que actúan en nombre del rey suele ser Loic el que sale mejor parado. Quizás sea cierto que la Dama ha aceptado su gesto desinteresado y la magia de Britania vela por él. En cualquier caso, sir Loic ha ido cambiando poco a poco para mejor, se sabe de él que es amigo de sus amigos y leal a las causas justas y nobles. En su señorío, sir Glen y sir Tonan respiran aliviados: la antorcha ha vuelto a pasar a manos capacitadas.

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